jueves, 23 de mayo de 2013

Vida de Pablo

(Sobre La hora violeta, de Sergio del Molino, debatida en la FNAC plaza de España el 25 de abril. Iguazel Elhombre actuando como moderadora)



Recién salido, como quien dice, de la presentación de Intemperie,  veintitrés horas y media más tarde, me incorporo al coloquio que se celebra en la FNAC sobre La hora violeta, de Sergio del Molino. He terminado de leer la novela esta misma mañana y adelanto mis conclusiones: considero que Sergio del Molino ha conseguido un libro intenso, genuinamente literario.

A priori, cuando supe del tema: la enfermedad y la desaparición de su hijo de tan sólo dos años víctima de leucemia, me pareció que la mayor dificultad de la novela estribaba en que la faceta literaria no quedara soslayada por el dramatismo del tema, y por la relación íntima del autor con el drama vivido, lo cual hubiera convertido el libro en testimonio, o en manual de ayuda para padres en un trance similar.

Pues bien, como afirmo al principio, creo que Del Molino ha salido airoso de esta dificultad y el valor novelesco de La hora violeta queda fuera de duda. ¿Cómo lo ha logrado? A mi juicio –y al suyo propio–, adoptando la conveniente distancia respecto de los hechos narrados. Tal como advierte Iguazel Elhombre, el autor apenas inserta en la novela relaciones personales en forma de diálogos con familiares, amigos, personal hospitalario, padres de otros niños enfermos… En cambio sí incluye todo tipo de reflexiones literarias, relatos conexos, anécdotas reveladoras... Todo ello se entrevera con los penosos tratamientos que sufre Pablo, y tiende a equilibrar el patetismo de la enfermedad con la pasión literaria y la voluntad de novelar.

La prosa es de gran calidad literaria. Alterna periodos cortos y largos, varía la sintaxis de las frases evitando la monotonía, domina el ritmo y es capaz de transmitir una amplia gama de sensaciones. Y eso, lo repito, es “literatura” y no sólo testimonio o duelo.

De pronto, hacia el final del coloquio, interviene una señora y pregunta algo que tal vez muchos lectores del libro quieran saber y no se atrevan a preguntar. Siempre suele haber alguien que pone el dedo en la llaga. La lectora quiere saber por qué Del Molino ha omitido los últimos días de Pablo, esos que comienzan cuando los médicos les dicen a él y a su mujer: "Miren, no podemos hacer nada más, disfruten de su hijo cuanto les sea posible".

Debo confesar que a mí me ocurrió como a la señora entrometida. Al llegar a la última parte de la novela, aquella que se titula precisamente La hora violeta, me pregunté por qué el autor dejaba de narrar los últimos días y se centraba en comentar Mortal y rosa de Umbral; o se explayaba sobre un pediatra norteamericano; o cambiaba las bombillas fundidas de su casa… El título de la novela alude a una bella cita de T.S. Elliot: En la hora violeta, (…) cuando el motor humano espera como un taxi parado en marcha. Y la hora violeta de Sergio del Molino son justo esos últimos días de espera…

Responde el novelista que no los relató por pudor, tras asesorarse convenientemente. Contar
los últimos días de Pablo hubiera resultado casi pornográfico, afirma. Y ni Iguazel ni ninguno de los presentes respondemos nada. Yo debo confesar mis dudas en el plano literario, no sé si coincido con la visión del autor. ¿Cuáles son los límites entre literatura y vida cuando uno ha optado precisamente por contar su propia vida? ¿Qué hubiera sido del relato si su autor no hubiera omitido semejantes detalles?

Baste decir que Del Molino ha conseguido su objetivo: inmortalizar a Pablo por medio de la literatura. Por eso he querido titular este artículo como lo he hecho, con la palabra “vida” y no con todo lo contrario.  Y al terminar de redactarlo, no puedo evitar sobrecogerme leyendo la dedicatoria que me escribió el autor: Para Ricardo, con el deseo de que nunca nunca se acerque a una hora violeta que no sea la de estas páginas…

No hay comentarios:

Publicar un comentario