lunes, 20 de mayo de 2013

Diario de un rebelde


(Sobre Calle de los ladrones, de Mathias Énard, presentada por Sergio del Molino y Ricardo Lladosa en la librería Cálamo el 16 de abril)


Queridos lectores:

Empezaré contando una anécdota. Cuando mi padre era adolescente, hacia finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta, tuvo como profesor de filosofía a un jesuita delgado, con el pelo pincho y gafas de montura negra. Era diabético y siempre vestía traje marengo y alzacuello blanco. Un buen día el jesuita miró a la clase y pregunto: ¿Qué es el hombre para el existencialismo? –eran los tiempos de Jean Paul Sartre y de Albert Camus–. Ante el silencio del alumnado el profesor rompió a hablar: Para el existencialismo el hombre es como un perro, un perro al cual su dueño mete en una maleta y sube a un transatlántico. El hombre espera a que el barco navegue por alta mar y, una vez allí, lanza la maleta por la borda.

De niño pensaba en esta anécdota y sufría por el perro. Imaginaba al animal en la oscuridad, sin comprender nada mientras la maleta se bamboleaba entre las olas, sintiendo como el agua iba colándose entre las rendijas y terminaba por ahogarlo.

Al leer Calle de los ladrones, de Mathias Énard, he recordado esta historia infantil por varios motivos. El primero y más importante es que la angustia del perro de mi relato es la de Lajdar, el protagonista de la novela. Lajdar es un joven marroquí de clase media, hijo de un comerciante tangerino, que un buen día huye de casa después de una brutal paliza de su padre. Éste lo ha sorprendido manteniendo relaciones sexuales con Meryem, una prima suya que habita en el hogar familiar. Magullado, ensangrentado, Lajdar se ve obligado a vivir en las calles de Tánger, sintiendo la angustia de abandonar a su familia, pero emancipado de la autoridad paterna.

En una entrevista publicada por el blog de Mondadori, Mathias Énard afirma que con Calle de los ladrones ha querido homenajear El hombre rebelde, de Albert Camus titulada . Y la comparación no puede parecerme más oportuna ya que Lajdar, al marcharse, actúa movido por la humillación, pero también, y sobre todo, actúa movido por la rebeldía contra la intolerancia de su padre. ¿Qué es un hombre rebelde? –se pregunta Camus–. El hombre rebelde es aquel que dice no (…) ¿Y cuál es el contenido de ese “no”? Significa, por ejemplo, “las cosas han durado demasiado”, “hasta ahora sí; en adelante, no (…) Y ese “no” afirma la existencia de una frontera.

Afortunadamente para Lajdar, su amigo Basam pronto le conseguirá un trabajo como librero del Grupo para la Difusión del Pensamiento Coránico, organización fundamentalista que durante un tiempo le permitirá vivir en relativa paz, dedicado a aquello que más le gusta: leer novelas de detectives, leer poesía árabe, leer las suras del Corán… ¡Leer!, en una palabra. Durante meses de relativa calma, Lajdar conocerá por segunda vez el amor, a través de su relación con Judit, una chica de Barcelona estudiante de filología árabe, a quien encuentra por las calles de Tánger.

Pero sabido es que en literatura toda felicidad es ilusoria o pasajera, y basta que Judit vuelva a Barcelona y que Lajdar pierda su trabajo de librero para que se vea de nuevo angustiado por su propia libertad. Calle de los ladrones vuelve en este punto a emparentar con el existencialismo, porque tanto la libertad como la angustia son dos conceptos centrales de dicha escuela. Afirma Camus en El mito de Sísifo que los hombres, estamos condenados a la libertad de construirnos a nosotros mismos a cada instante. Y la angustia nace precisamente del ejercicio de esa libertad, que convierte la vida en un horizonte cuajado de posibilidades, al cual el hombre debe enfrentarse sin la menor garantía de éxito.

Lajdar es libre, puede hace lo que desee y no está obligado a nada; pero se encuentra alejado de su familia, alejado de su amante, sobreviviendo a base de trabajo precarios y sin recursos económicos. ¿Puede alguien ser feliz en sus circunstancias? Como para Sísifo, la vida para él es una condena, y lo es fruto de su rebeldía. Si no se hubiera revelado contra su padre, si se hubiera reconciliado con él, llevaría una vida cómoda de comerciante en Tánger. En este sentido, Mathias Énard crea un personaje original, alejado del estereotipo del emigrante ilegal, cuyos males solemos achacar solamente a la pobreza. 

Y conforme se acerca el final, el sorpresivo y magnífico final que acontece en la calle Robadors de Barcelona, la “calle de los Ladrones” del título, me doy cuenta de hasta qué punto la novela obedece a una coherencia interna con esa idea de la rebeldía. Si al comienzo del libro Lajdar se enfrentaba con la intransigencia de su padre, al final se enfrentará a la intransigencia de los fundamentalistas islámicos y acabará convertido en un personaje de Dostoievski: un Raspolnikov, un Ivan Karamazov.

Calle de los ladrones es una novela de muchos géneros, pero si hubiera que elegir uno se diría que se trata de una novela de formación o aprendizaje. Su protagonista recorre, no sólo un itinerario físico -de Tánger a Barcelona- sino sobre todo un itinerario moral. Y en ese itinerario la novela de formación adquiere tintes de novela negra, de novela de aventuras, de novela de viajes e, incluso, de realismo social. En cualquiera de los casos, se trata de una lectura amena para todo tipo de lectores. 

Y me gustaría concluir mis palabras tal y como las empecé: comparando al hombre con el perro, que es justo lo que hace Mathias Enard al comienzo de la novela. Lajdar, en su rebeldía contra la intransigencia, se convierte en un humanista que defiende a las personas frente a la intolerancia. Pero esa defensa, como vengo afirmando, no está exenta de costes, ya que el rebelde también tiene sentimientos, e incluso instintos. Y es justo eso lo que lo lleva a Lajdar a afirmar:  Los hombres son perros, se atacan los unos a los otros en la miseria, se revuelcan en la mugre sin poder escapar, se lamen el pelo y se lamen el sexo durante todo el día, tendidos en el polvo, dispuestos a todo por unos despojos o el hueso podrido que puedan echarles, y yo, lo mismo que ellos, soy un ser humano (…) esclavo de sus instintos (…), un perro que muerde cuando tiene miedo y que busca las caricias (…)  

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