martes, 14 de octubre de 2014

El pueblo sumergido

(Sobre La línea invisible del horizonte, de Joaquín Berges, presentada en el teatro Principal el 7 de abril de 2014. Acto organizado por la librería Los Portadores de Sueños)


Desde que Joaquín Berges comenzara a publicar en 2009, su nombre se ha ido asociando progresivamente con la comedia, el chiste o la sátira. Esta asociación quizá sirva al marketing editorial, pero desvía la atención, en mi opinión, de una lectura más profunda que sin duda merece el autor.

Comenzaré por apuntar que no todas las novelas de Berges son cómicas. Lo son sin duda Vive como puedas y Un estado del malestar; El club de los estrellados, en cambio, tiende más al drama. Y la comedia queda descartada por completo de la obra que hoy me ocupa: La línea invisible del horizonte, un historia melodramática y otoñal.

Todas las novelas de Berges cuentan con un protagonista de mediana edad que se encuentra en plena crisis vital. La vida laboral o sentimental lo atenaza y el motor de su existencia es el anhelo de cambio. En ese proceso de metamorfosis, de una vida que no le gusta a otra en la cual aspira a la felicidad, al héroe bergiano le ocurren toda suerte de peripecias, patéticas o cómicas, que contribuyen a su catarsis definitiva.

El protagonista de “La línea invisible del horizonte” es Javier, neurólogo zaragozano cuya mujer acaba de morir de un ictus (nótese aquí la mano del autor: se trata de una enfermedad cuya prevención y cura corresponde a los neurólogos). La muerte de Laura sume a Javier en una especie de abulia que lo lleva a coger el coche y salir de Zaragoza sin rumbo, con destino a un valle perdido del Pirineo. En el trayecto atropella a un jabalí que romperá el radiador de su coche obligándolo a permanecer en el imaginario pueblo de Sinia hasta que reparen su vehículo.

Pero en la era de los smartphones ya no es posible permanecer incomunicado, y Javier, el hijo de Javier, lo llamará al móvil en repetidas ocasiones sin que éste se digne responder. Su padre, en efecto, ha concebido el viaje como una huida, de modo que la naturaleza se convierta para él en un espacio de pensamiento y un bálsamo para su mente atormentada.

La novela relata los nueve días de Javier en Sinia, entre cazadores, guardias civiles y aldeanos con los que compartirá partidas de guiñote, comidas y paseos por la naturaleza; actos todos ellos triviales en la superficie pero profundos en cuanto a que servirán de soporte a la reflexión vital. Entre los personajes de la obra destaca Marina, una peluquera rural que hospedará a Javier en su casa y entablará con él una relación.

La novela está cargada de símbolos, desde esa naturaleza receptáculo de reflexiones y pensamientos del protagonista hasta el pueblo viejo de Sinia, cuyo campanario emerge de entre las aguas cual fantasma del pasado. ¿Dónde había leído yo acerca de un pueblo sumergido...?, he tenido que pensar hasta recordar que se trataba de  San Manuel Bueno, mártir, aquella novela de Unamuno que todos los de mi generación leímos en el COU. Valverde de Lucerna, el pueblo donde se desarrolla la obra, también cuenta con un campanario sumergido bajo un lago de aguas cristalinas. Todavía recuerdo a mi profesor de literatura de COU parafraseando al santo: Sí, ya sé que uno de esos caudillos de la que llaman la revolución social ha dicho que la religión es el opio del pueblo. Opio... Opio... Opio, sí. Démosle opio, y que duerma y que sueñe. Y agregaba de su cosecha: Así no recordarán que son seres finitos, destinados a desaparecer.

La cita unamuniana viene a cuento aquí porque Javier, el personaje de Berges, también se encuentra obnubilado, no por la fe católica -como los aldeanos de Valverde de Lucerna- sino por la naturaleza y las gentes sencillas que lo rodean, y que le ayudan a reflexionar sobre el camino que debe seguir su vida. La línea invisible del horizonte demuestra que Joaquín Berges es un autor capaz de escribir en un registro dramático sin por ello abandonar las temáticas y el estilo que exhibe en sus novelas cómicas.



miércoles, 10 de septiembre de 2014

La dificultad de ser feliz

(Sobre La buena reputación, de Ignacio Martínez de Pisón. Presentada por Luis Alegre en Los Portadores de Sueños el 10 de abril de 2014)


Junto al evidente valor literario de La buena reputación, se percibe en esta última novela de Ignacio Martínez de Pisón la voluntad del autor de practicar una literatura popular. Diversos aspectos de la obra parecen avalar esta tesis. El primero lo encontramos en el lenguaje deliberadamente sencillo, que incluye a veces modismos o frases hechas. En segundo lugar debe señalarse el tono conversacional empleado en el relato, el cual permite al lector elevarse de las páginas del libro y sentirse como si le susurraran una historia al oído. El tercer aspecto es la elección de un narrador omnisciente que ahonda en la mente de los personajes hasta el punto de analizar sus actos y pensamientos. Esto último resulta llamativo, dado el predominio de la elipsis en la novelística actual.

A la vista de lo anterior, la crítica ha calificado la obra de “decimonónica”. Afirmación que, si bien no es del todo incierta, debe matizarse, pues aunque las técnicas narrativas de Pisón se parezcan a las del siglo XIX y en particular a las de la novela realista-naturalista, la cultura y la idiosincrasia en el siglo XXI han cambiado tanto que tal afirmación se queda en la forma y difiere por completo en el contenido.

La buena reputación contiene la saga de tres generaciones de la familia Caro Campillo, desde la posguerra española hasta finales de los años 80. Pisón sortea con habilidad las convenciones de un género ya trillado al introducir una historia singular: la de Samuel Caro, judío sefardí de Melilla casado con Mercedes, católica española, en el contexto del Franquismo. Para ello ha sido necesaria una documentación histórica que el autor maneja con precisión y sin prolijidad.

Tal como apunto unos líneas más arriba, las convenciones narrativas del género se evitan a través de un argumento cargado de singularidades. Samuel es judío, en efecto, pero frente a la estampa típica del judío ortodoxo, practica su religión de un modo laxo. Mercedes es católica y conservadora, pero no tiene inconveniente en convivir con Samuel y sus ritos. La propia existencia de sinagogas en la España franquista es una singularidad melillense, ya que en la península se encuentran prohibidas -como se encarga de recordarnos un ficcionalizado César González Ruano-. Todos estos detalles y otros muchos contribuyen a quebrar arquetipos y a dotar de originalidad a la novela a través de una sabia selección de detalles narrativos y descriptivos acerca de los personajes.  

Si algo caracteriza a la familia Caro Campillo a lo largo de décadas es la infelicidad. Todos sus miembros son víctimas de matrimonios errados, de aspiraciones truncadas, de indolencia ante la vida que finalmente les pasa factura. Conforme crecen los centenares de páginas leídas, el lector advierte que todo esto no puede ser fruto de la casualidad, que se encuentra ante una fábula moral que le invita a identificarse con los personajes. ¿Por qué las cosas sucedieron así? –se pregunta el lector–. A posteriori, a sabiendas, los personajes quizá hubieran obrado de otro modo, pero el tiempo no siempre concede segundas oportunidades. Las idea de fatum y la idea de catarsis planean sobre las páginas de la novela. Pero Pisón nunca alecciona, se limita a apuntar de modo sutil para que sea el lector quien alcance una conclusión.

La buena reputación es una novela de gran calidad literaria escrita con hechuras de novela popular. De ella podría afirmarse lo que escribió el crítico Álvaro Colomer sobre el último premio Goncourt: Una ficción capaz de alcanzar a todos los corazones –desde los más desnudos hasta los más fortificados, culturalmente hablando”.


viernes, 25 de julio de 2014

El lenguaje de los espías

(Sobre Puente de Vauxhall, de Javier Sebastián, presentada por María Ángeles Naval en la librería Cálamo el 14 de marzo de 2014)

A más de un lector dejará perplejo la lectura de Puente de Vauxhall, la última novela de Javier Sebastián editada por Destino. Se trata, en efecto, de una historia de espías basada en la extrañas circunstancia que rodearon la muerte de Diana de Gales y de su amante, Dodi Al Fayed. Pero quien busque en ella una novela de intriga convencional quedara, repito, perplejo, porque su autor ha asumido el reto de escribirla de un modo original, primando la forma literaria sobre el contenido o fondo.

Desde la primera página del libro nos encontramos con un elenco de personajes protagonistas del drama: la princesa Diana, la reina Isabel y el duque de Edimburgo, los príncipes Guillermo y Enrique, los agentes secretos del MI6, y otros personajes de los que apenas sabemos nada y que sin embargo pululan por el relato entrando y saliendo de él según los dictados del autor. Entre todos ellos destacan la narradora y también una monja polaca: la hermana Loretta María Semposki, la cual fue confidente de la princesa Diana en sus peores momentos.

Todos estos seres reales o de ficción aparecen en retazos de escenas, en conversaciones que se entrecortan sin dejarnos comprender totalmente su sentido. La intención de Sebastián mediante este procedimiento no parece otra que reflejar de un modo formal y literario el mundo de los espías. Tal como afirma cierto personaje de la obra: por su propia seguridad un espía no puede saber de todo, debe tener una información necesariamente parcial de la realidad. Y esa sensación de desconocimiento, de incertidumbre, de parcialidad en definitiva, es la que pretende transmitirnos la prosa de Javier Sebastián.

Puente de Vauxhall (enclave que alude a las oficinas centrales del MI6) se convierte en una novela impresionista, cuyas escenas, sólo contempladas en conjunto cobran todo su sentido y transmiten el mensaje del autor: la inconsistencia de la realidad, nuestra incapacidad para conocerla totalmente y la voluntad de otros de ocultarla y tergiversarla en función de sus intereses.

¿Debe primar la forma sobre el relato realista? ¿Hubiera sido mejor escribir una novela de espias ateniéndose a una técnica narrativa convencional? Como reseñista siempre procuro no opinar, es preferible que sea cada lector quien lo haga.




martes, 22 de julio de 2014

Literatura del yo, literatura del nosotros

(Sobre Autopsia, de Miguel Serrano Larraz, presentada por Jesús Jiménez Domínguez y Jesús García Caballero en la Fnac de Zaragoza el 27 de diciembre de 2013)


Afirmaba Jonathan Franzen con motivo de la publicación de “Libertad” que el lector de una novela no lee para saber sobre su autor, sino para saber acerca de sí mismo. Esta máxima, que considero cierta, podría suponer un obstáculo para un género tan en boga como la autoficción, donde el novelista se recrea a sí mismo, recrea su propia vida de un modo más o menos verídico.

Sería un problema si no fuera porque la autoficción, o “literatura del yo” es también “literatura del nosotros”, en la medida que el autor es capaz de transmitir sus experiencias personales de modo que la mímesis con la propia vida del lector funcione. Así sucede en novelas recientes tan relevantes como “Tiempo de vida”, de Marcos Giralt Torrente o “La hora violeta”, de Sergio del Molino. En ambas, la implicación vital del autor contribuye a hacer más intenso el relato.

Esa misma mímesis con la experiencia vital del lector es justo lo que pretende Miguel Serrano al contarnos su propia juventud zaragozana: los años decisivos de la veintena que median entre la adolescencia y la madurez. Corren la decáda de los noventa y nuestro protagonista, Miguel Serrano, trabaja en los Almacenes de la Modernidad (un trasunto jocoso de la Fnac), al mismo tiempo que descubre su vocación literaria y comienza a presentarse a sus primeros certámenes de poesía, como el Concurso Internacional de Poesía Villa de Aranda. En este nombre, real o inventado, también se adivina la parodia del autor, que ironiza de este modo con el narcisismo propio de los escritores.

Además de su trabajo en los Almacenes de la Modernidad, y de sus pruritos poéticos, el joven Miguel Serrano llena su vida con amigos que tienen nombres tan simbólicos y metaliterarios como Hans Castorp o con el Mensajero; y también con diversas compañeras de instituto: Sara, Beatriz… con quien mantiene relaciones, pero que no acaban de entender sus obras literarias.

Autopsia oscila asíentre la lírica y la narrativa. Algunas páginas son verdaderos poemas en prosa en las cuales Serrano exhibe su dominio de la lengua literaria; otras relatan y dan cuenta de sus experiencias juveniles en un mundo que se revela agresivo y absurdo: en la televisión ponen "Crónicas marcianas", de Javier Sarda. En la realidad el protagonista y sus amigos sufren el acoso de los skinheads, esos jóvenes violentos sin motivo alguno, que desean limpiar la ciudad a base de eliminar a quienes les molestan.
  
A lo largo de las páginas de la novela el autor da cuenta de ese mundo hostil a la mente creativa, que sin embargo pugna por salir adelante en medio de la agresividad. En este sentido resulta de lo más alusiva la portada del libro, diseño de la editorial Candaya, donde se observa a tres niños con máscaras antigás. Al igual que Miguel, esos niños desean defenderse de un mundo que los envenena.

En resumen, lo que puedo decir acerca de “Autopsia”, como joven que yo mismo fui de finales de los noventa, es que me he visto reflejado en ese personaje llamado Miguel Serrano Larraz. Muchas de sus vacilaciones y de sus dudas eran las mías; de modo que puedo afirmar que esta novela no sólo es “literatura del yo”, sino también “literatura del nosotros”. 


miércoles, 30 de abril de 2014

Marea negra

(Sobre Herejía, de David Lozano, presentada por Domingo Buesa y Humberto Vadillo en el Museo Diocesano de Zaragoza el 13 de noviembre de 2013)


No recuerdo cómo ni cuándo conocí a David Lozano, sin embargo todavía me veo bajando con él por el bulevar de Fernando el Católico. Era una tarde de finales de primavera, a mediados de los 90. Ya se avecinaban los exámenes de junio y los altos plátanos del paseo proyectaban su sombra gris sobre el pavimento. Venía con nosotros Víctor Solano y recuerdo que paramos en un colmado hoy desaparecido, junto al Bingo Gran Vía, donde despachaban todo tipo de palmeras y bollos. Por aquel entonces todavía no salía con Marta Oliván, mi mujer, quien casualmente resultó ser amiga de David y de Víctor.

Antes o después de aquella tarde Lozano me prestó su primera novela. Se trataba de un libro de tapas duras color burdeos. En la portada tan sólo unas letras impresas en dorado: Marea negra, David Lozano Garbala. La siguiente imagen que viene a mi memoria es la mía propia  leyendo Marea negra en la consulta de mi abuelo: una habitación atestada de muebles antiguos y utensilios médicos. Era ya verano y el calor me hacía sudar mientras pasaba las páginas de la novela, ambientada en Guinea Ecuatorial. 

Tal vez lo que acabo de contar no sucediera según lo recuerdo, porque como escribe Daniel Gascón en su última obra, Entresuelo: todos nuestros recuerdos son inventados. Lo que sí sucedió años más tarde fue que Mira Editores publicó Marea negra bajo el título de La senda del ébano. Después vendría Donde surgen las sombras, galardonada con el premio Gran Angular y de la cual se han vendido 122.000 ejemplares. A continuación la trilogía La puerta oscura, que próximamente será llevada al cine por Andrés Vicente Gómez. Todo esta trayectoria ha convertido a David Lozano en exitoso autor de novela juvenil leído en multitud de colegios.  

La presentación de Herejía tuvo lugar en el Museo Diocesano, antaño Palacio Arzobispal. Según cuentan los cronistas, Fernando el Católico solía alojarse allí cuando visitaba Zaragoza. Durante las estancias reales, el tribunal inquisitorial, cuya sede habitual era La Aljafería, se trasladaba en ocasiones al Palacio Arzobispal, con el fin de realzar al poder del rey -hecho que nos narra el catedrático Domingo Buesa.

Podría afirmarse que Herejía es una novela de capa y espada en la cual el noble aragonés Luis de Ortuña, trata de salvar a su padre de las garras de la Inquisición, a través de una serie de tretas, escaramuzas y lances amorosos. La novela cuenta con el aliciente de recorrer los lugares de la Zaragoza bajomedieval, sobre la que el autor se ha documentado de maravilla gracias –reconoce– a una vecina historiadora, con la cual sin embargo tuvo alguna discrepancia. Por ejemplo: un personaje mira a través del cristal de la ventana, y su documentadora le informa que en la Edad Media las ventanas carecían de cristales. 

Anécdotas aparte, Herejía revela la maestría alcanzada por David Lozano en el género de la novela juvenil. El autor maneja con soltura las tramas novelescas, dosificando la información y avanzando el relato sin apenas respiro en las peripecias de los personajes. Respecto de éstos habrá quién achaque al autor un cierto maniqueísmo de buenos y malos. La explicación, a mi modo de ver, debe buscarse en el género de la novela juvenil: conviene, sin duda, enseñar a nuestros jóvenes a discernir entre el bien y el mal.

Herejía introduce también la figura del familiar de la Inquisición. Según explica el autor los familiares de la Inquisición eran un órgano compuesto por seglares. Su función era básicamente la delación de posibles herejes. Para ello gozaban del privilegio de no poder ser acusados por aquellos a quienes imputaban delitos. También podían llevar armas, y hasta se beneficiaban económicamente de su labor. Ser familiar del Santo Oficio era, en definitiva, un honor, ya que suponía un reconocimiento público de limpieza de sangre, y al mismo tiempo era un modo subrepticio de ejercer el poder. ¿Cuántas veces ocurriría que un familiar acusara en falso a un vecino sólo para perjudicarle? Lo más temible de todos los regímenes totalitarios –y el de Fernando el Católico lo fue– no son los sátrapas que los dirigen, ni tampoco sus acólitos en el poder, sino más bien aquellas capas anónimas de la sociedad que los sustentan y reciben a cambio pequeñas prebendas. Esta reflexión me trae a la memoria la magnífica película El crisol, basada en la obra teatral de Arthur Miller, Las brujas de Salem, que recomiendo encarecidamente a todos los lectores de este blog.

¿Qué más puedo escribir sobre Herejía, aparte de recomendar su lectura a todos los jóvenes? Debería de mostrar alguna discrepancia, tal vez, para no resultar empalagoso en mis alabanzas. Puesto a ello diré que, a mi modo de ver, la retórica de David Lozano lo emparenta en exceso con Dumas, cuando yo preferiría que siguiera a Stevenson... Pero esta crítica se la explicaré al propio autor mientras tomamos sendos güisquis en una boda que ambos compartiremos próximamente. 

¡Cuánto tiempo ha pasado desde aquella lejana tarde primaveral en que caminábamos bajo los plátanos de Fernando el Católico! 



viernes, 14 de febrero de 2014

Una sociedad culta, cosmopolita y libre de prejuicios

(Sobre Librerías, de Jorge Carrión, presentada por Antón Castro en la librería Cálamo el 7 de noviembre de 2013)


La eclosión actual de teléfonos inteligentes y redes sociales ha publificado nuestra propia imagen. No tenemos más que acceder a internet y las instantáneas de quienquiera que busquemos se muestran ante nuestros ojos. Hace pocos años, en cambio, no era así. Uno leía un texto y todavía trataba de imaginar el rostro de su autor antes de entrar en Google imágenes y teclear su nombre.

Hace pocos años, cuando me convertí en lector asiduo de los artículos de Jorge Carrión en ABC, La Vanguardia, El País, Quimera... la lucidez de su autor me indujo a imaginarle como una especie de catedrático canoso y con gafas, alguien parecido a José Carlos Mainer, o a su admirado Juan Goytisolo.

Esa misma lucidez de los artículos es la que ahora destilan las páginas de su última obra, Librerías, con la cual quedó finalista del Premio Anagrama de Ensayo. Si alguien me preguntara por el género de Librerías no sabría qué decirle. Se trata de una obra ensayística, obviamente. Pero también contiene un libro de viajes, una novela de no ficción  e incluso un tratado literario.

Carrión nos cuenta su periplo por distintas librería de todo el mundo, desde Londres y París hasta Tánger, Buenos Aires, la India, San Francisco o Johannesburgo. El suyo es un relato en primera persona que se va entreverando con el relato de las vidas de los libreros y escritores que pasaron por allí, de forma que la narración se enriquece con citas de autores y con historia de la literatura. La peculiaridad de Librerías reside en la brevedad de todos estos fragmentos, que se suceden ante los ojos lectores con la naturalidad de los planos de una película. Y la amenidad de la película es tal que uno apenas se da cuenta de que ha concluido un capítulo y, de pronto, pasa a otro continente, o a otro universo literario sin solución de continuidad.

El empeño de la obra era arriesgado. Su autor corría el riesgo de caer en la enumeración repetitiva de locales, pese al exotismo e interés de todos ellos. Pero la inteligente yuxtaposición de fragmentos: relato, ensayo, cita, tratado literario… evita toda monotonía. Y lo repito de nuevo: la obra se lee sin darse uno cuenta, como si en vez de un ensayo se tratara de una novela. El mensaje que parece transmitirnos Jorge Carrión es que en torno a las librerías del mundo se aglutina una especie de sociedad intelectual: la de los libreros y sus clientes. Una sociedad culta, cosmopolita y libre de prejuicios.