jueves, 16 de mayo de 2013

Literatura democrática


(Sobre Un buen detective no se casa jamás, de Marta Sanz, presentada por Manuel Vilas y Sergio del Molino en la librería Cálamo el 15 de marzo de 2012, con la presencia del escritor Carlos Castán)



Nada más salir de Cálamo, ya deseaba comenzar a leer la nueva novela de Marta Sanz. Me atrajo en su día Black, black, black, y también soy lector de sus artículos en El Cultural, Mercurio, Babelia… Un par de días más tarde, sentado en el comedor de mi casa, en medio del barullo familiar, logré abrir el libro, leí un par de páginas y no entendí apenas. Recordé de inmediato mi pregunta, y la respuesta de Marta Sanz durante la presentación:

-¿Te consideras una escritora exigente con el lector?
-Mucho. Para mí un libro no es un bien de consumo, yo no tengo porqué “satisfacer” al lector…

Era evidente que su prosa requería toda la atención posible, así que comencé a leer de nuevo, esta vez a puerta cerrada, rodeado de silencio. Y entonces sí logré concentrarme, pero a pesar su evidente calidad literaria el texto me resultó inaprensible… Recuerdo que cogí el bolígrafo y escribí al pie de la página 27: excesiva carga metafórica,  y encerré la novela en un armario.

Pero no logré olvidarme de ella: por un lado, había prometido a la autora comentarle su novela; por otro lado, durante la primavera se sucedieron las críticas favorables a Un buen detective no se casa jamás. Todo ello me indujo a pensar que quizá me hubiera precipitado al abandonar la lectura, además de mantenerse intactas mis ganas de contactar con Marta Sanz, siquiera para expresarte mis discrepancias.

Es cierto que los juicios de los lectores están teñidos de subjetivismo. Pero, al fin y al cabo, ¿qué queda del escritor una vez ha publicado un libro? La respuesta es: nada. Sólo un montón de papel. Lo que cuenta es la experiencia vivida por el lector al recorrer sus páginas. Así que comencé por tercera vez a leer Un buen detective no se casa jamás en el Pirineo, durante los gélidos amaneceres de comienzos de julio.

Vuelvo a las palabras de Marta: Para mí un libro no es un bien de consumo, yo no tengo porqué satisfacer al lector…, y las aderezo con otras en las cuales venía a decir que Un buen detective… era una novela política, al tiempo que nos expresaba su compromiso ideológico con la izquierda. No sé si me equivocaré pero deduje de todo ello que rechazaba la llamada literatura popular, o best-seller, en aras del mérito intelectual a la hora de escribir / leer.

Pues bien, por seguir con el símil ideológico, debo confesar que yo concibo la novelística de forma opuesta. En mi opinión las novelas deben ser “democráticas”: escribirse para la mayoría de lectores, y ser susceptibles de resultar elegidas y leídas por esa mayoría, sin abandonar por ello la calidad literaria. En este sentido me aproximo al ideal cervantino de enseñar deleitando. Rechazo de plano todo procedimiento narrativo que aleje al lector de la comprensión y continuidad de la trama, o de su identificación con los personajes. Admito que esto conlleva ciertas limitaciones. Y pondré un ejemplo...

Hace unas semanas la propia Marta Sanz reseñaba en El Cultural una novela mítica: Dos días de septiembre, de Caballero Bonald. Todavía recuerdo cuando la leí en mi juventud. Subrayaba las palabras que no entendía y a continuación las buscaba en el diccionario, deseaba enriquecer mi vocabulario. Pero resultó que, a cada página, me vería obligado a consultar 4 o 5 palabras. La mayoría estaban relacionadas con el mundo del vino o de las bodegas jerezanas. 

Al cabo, sucedió lo inevitable: dejé de buscar palabras cuyo significado no resultaba necesario para la comprensión del argumento. No es que hubiera mermado mi interés por conocerlas, sino que deseaba zambullirme en la narración, vivir las cuitas del protagonista, y las continuas interrupciones me lo impedían.

Hoy en día apenas recuerdo el léxico vitivinícola y jerezano de Dos días de septiembre, sin embargo no he podido olvidar la trágica muerte del protagonista, aplastado por un tonel, o una prensa… -ya no recuerdo-, un final tan enmarcado en el realismo social.

Si Caballero Bonald hubiera utilizado un lenguaje más común, ¿no hubieran sido sus palabras mucho más efectivas en mi imaginación? ¿Qué pretenden los narradores cuando cuentan una historia? Por invertir el sentido de las palabras de Marta le diré que, en este punto, Caballero Bonald no me satisfacía como lector.



Una de las palabras que me obligó a buscar en Google Un buen detective no se casa jamás fue riurau, pero ¡tranquila Marta!, no voy a afearte lo mismo que a Caballero Bonald. Al contrario, cuando vi en internet fotos de riuraus, me pareció magnífica la idea de encerrar a todos los personajes en ese microcosmos aislado en el campo. La novela tiene un cierto parecido con Dos días de septiembre, porque si ésta explota cierto costumbrismo andaluz, la de Marta Sanz hace lo propio con lo valenciano. Y en su caso puedo afirmar que ese costumbrismo enriquece y contribuye a crear una atmósfera rica y densa que impregna todo el relato.

Coincido con la autora en que la novela denota una cierta visión política que aparece entreverada con ese costumbrismo y se centra sobre todo en el personaje de Amparo Orts: la especulación inmobiliaria, los ricos que hacen y deshacen, como si fueran inmunes a todo cambio político o social, porque saben que ellos “siempre van a estar ahí”. En este sentido la novela me resulta gatopardesca: todo cambia, para que todo siga siendo lo mismo.

El argumento de la novela se resume rápido: el detective Arturo Zarco llega al riurau de Amparo Orts a pasar unas vacaciones de la mano de su amiga Marina Frankel, sobrina de Amparo. Allí se entretejerán sutiles tramas sentimentales. Entre tanto, Arturo Zarco oye en su interior la voz de su exmujer, Paula Quiñones.

Cuando avanzaba en la lectura me daba cuenta de que el universo cerrado del riurau se asemejaba a una colmena, donde Amparo era la abeja reina, Marcos Cambra –su novio y podólogo– era el zángano, y las hermanas Frankel y la criada Charly las obreras. Me lo sugirió ese inmovilismo, esa especie de organización social autónoma perdida en medio del campo, en la cual el tiempo parecía perder su sentido. El lector pronto percibe que esos días de verano no terminarán, ya que el tempo narrativo se impone al transcurso del tiempo y hace que éste adolezca de una morosidad sin límites. Pronto Zarco se verá a sí mismo inserto en esa sociedad aislada, como si fuera un zángano más, y su único recuerdo de la realidad, su asidero, será la voz de su exmujer Paula Quiñones, que sirve de contrapunto a lo irracional, reinante en el riurau.

Podría establecerse un paralelismo entre el trabajo (único sentido de la vida de las abejas), y los sentimientos femeninos de las protagonistas. Ellas parecen expresar su sentir al igual que las obreras trabajan, de un modo instintivo. Y ese sentir, como apuntaba Manuel Vilas en Cálamo, tiene mucho que ver con el sexo. Hay en todos los personajes femeninos una sensualidad apuntada y no del todo resuelta.

Costumbrismo, irracionalismo, simbolismo, sensualidad… Debe reconocerse como un logro del estilo de Marta Sanz. Cuando llegué al final de “Un buen detective no se casa jamás”, no me sorprendió en modo alguno lo inverosímil de su desenlace. De hecho, me pareció el único desenlace posible, porque una sociedad cerrada e instintiva como la de las abejas nunca puede evolucionar, sólo puede continuar o destruirse.

El estilo de la novela se caracteriza por el uso de la metáfora. El problema es que las metáforas de Marta Sanz no  suelen ser visuales sino especulativas. Comprenderlas exige a menudo detener la lectura y releer. O bien requiere disponer de un nivel cultural por encima de la media. El problema no es tanto el elitismo que esto conlleva, sino que el mero hecho de parar en la lectura interrumpe el curso narrativo. No es que no se entiendan el argumento o los personajes, sino que falla su visualización, su cercanía con el lector.

Las metáforas son un modo indirecto de acceder a la realidad. Para que funcionen como recursos narrativos se requiere proximidad entre lo figurado y lo real. En cambio, con las metáforas de Un buen detective… sucede algo parecido a lo que ocurría con el léxico vitivinícola de Dos días de septiembre. Caballero Bonald obligaba a parar de leer y buscar en el diccionario. Marta Sanz nos obliga a parar la lectura y  pensar.

En conclusión, me encantan el ambiente, los personajes y el argumento de la novela. Atesoran esa originalidad advertida unánimemente por la crítica. Mi única objeción a la novelística de la autora es la intensidad en el desarrollo de su estilo. Me recuerda ciertos comentarios que hizo John Ford sobre el uso de los primeros planos. Afirmaba algo así como que, si un director abusaba de ellos, perdían su valor expresivo, que no era otro sino llamar la atención del espectador, enfatizar. El hecho de que Ford empleara tan pocos primeros planos hacía que fueran mucho más significativos.

En el caso de Marta Sanz, si tal cantidad de metáforas se convirtieran en una narración directa de la realidad, quizá su estilo no dejará de ser el mismo y, sin embargo, cobraría un mayor valor expresivo para el lector, al no esforzar tanto la mente lectora.

Concluyo con mi idea sobre una novelística “democrática”, a la cual aludía al principio: el narrador debe escribir para una mayoría de lectores novelas susceptibles de ser comprendidas por esa mayoría. Todo ello sin renunciar a la calidad literaria. Pero rechazando de plano procedimientos narrativos que lo alejen del lector. De no hacerlo así, de dirigirme a una minoría cualificada de lectores, practicará una novelística “aristocrática”.

La semana pasada, en un artículo de El Cultural a propósito de William Faulkner titulado: Un maestro inservible, Ignacio Echevarría citaba a Theodor Adorno, quien alertaba sobre la rebaja del pensamiento que conlleva el sacrificio de la complejidad sintáctica; la claudicación implícita (…) en las pretensiones de claridad que profesan tantos escritores modernos. Yo, muy al contrario, opino que la inteligencia consiste en expresar pensamientos complejos del modo más simple.

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