viernes, 17 de mayo de 2013

Las novelas ocurren en la mente del lector


(Sobre Las leyes de la frontera, de Javier Cercas, presentada en el teatro Principal el 17 de octubre de 2012. Con las intervenciones de: Rafael Campos, Pedro Santisteve, Antón Castro y Paco Goyanes)



En su Diario de un genio, Salvador Dalí escribió: A lo largo de mi vida, rara vez me he envilecido hasta el punto de vestirme de paisano, siempre voy “de uniforme de Salvador Dalí”. Pues bien, otro gerundense célebre, Javier Cercas, es la antítesis del pintor: Cercas se viste de paisano. 

Unos días antes de que la librería Cálamo presentara Las leyes de la frontera en el teatro Principal, buscando información sobre la novela, me topé con un artículo de La Vanguardia. Incluía una foto de Cercas en el snack-bar de José y Juan, situado La Font de la Pólvora -barrio de Gerona donde se desarrolla buena parte del argumento-. Acodado en la barra de formica gris, el escritor se confunde con el ambiente: con el botellín de Vichy Catalán, con las pilas de monedas de la tragaperras, con el rollo de papel de cocina o el microondas amarillento. A su derecha, un camarero sonriente y un parroquiano receloso miran de reojo a la cámara. Y Javier Cercas se confunde con el ambiente salvo, quizá, por un pequeño detalle: las gafas de montura negra.

Existe una dicotomía en el personaje Cercas: por un lado están su cuerpo y su vestimenta; por otro lado, las gafas de montura negra. El cuerpo y la vestimenta conforman al paisano. Las gafas de montura negra son el uniforme de intelectual. Pero en la presentación de Cálamo es el paisano quien predomina.

Cercas comienza quejándose de los focos del teatro Principal, los cuales le impiden ver al público. De pronto, como por arte de magia, las arañas de los palcos se iluminan suavemente. El escritor presiente que “ha terminado” la función, y se relaja. Del modo más campechano, agradece a Paco Goyanes y a Antón Castro que le hicieran caso cuando no le hacía caso casi nadie. A continuación comienza a glosar los comentarios del penalista Pedro Santisteve, acerca de la heroína y los quinquis en los años ochenta.

La primer parte de Las leyes de la frontera: Más allá, relata las peripecias de la banda del Zarco, un grupo de delincuentes juveniles adictos a las drogas. El argumento recuerda a todas aquellas películas que abordaron el tema a partir de finales de los setenta: Perros Callejeros, de José Antonio de la Loma; Deprisa deprisa, de Carlos Saura; El pico, de Álvaro de la Iglesia… 

En cambio, la segunda parte, Más acá, nos  desvela lo que les sucedió a los protagonistas de todas aquellas películas después  de que en la pantalla apareciese la palabra Fin. Y el tránsito de la primera a la segunda parte también supone un giro temático: la novela deja de ser una novela de quinquis para convertirse en una historia de amor: la de un charnego de clase media –el Gafitas– y una quinqui y femme fatale en toda regla –la Tere.

Las leyes de la frontera me ha parecido una novela recomendable a todo tipo de lectores. Está escrita en un lenguaje sencillo –aunque sólo quien haya tratado de escribir una novela entenderá la dificultad que entraña dicha sencillez, fruto de múltiples reescrituras–. La simplicidad de la prosa permite al lector transitar por la trama y los personajes casi olvidando que lee, y convertir la lectura en una experiencia vital. Es en estos ámbitos donde se debate la literatura de Javier Cercas, un narrador de la estirpe de Tolstoi, mucho más fabulador que esteticista.

¿Y cómo consigue el autor que la lectura de sus novelas tenga ese carácter participativo del lector, que el lector las “viva”? En opinión de Cercas la literatura tiene que ser ambigua, las novelas no deben transmitir toda la información acerca de la trama y los personajes, sino que deben ir dejando huecos para que sea el cerebro del lector quien los rellene... De ahí que en una reciente entrevista concedida a la revista Mercurio, el novelista afirme: Las novelas no suceden en la página escrita, suceden en la mente del lector.

Respecto de lo anterior se me ocurre un símil que espero resulte ilustrativo: el del viajero y el turista. El turista lo sabe todo sobre su viaje: las ciudades que visita, cuándo llega, cuándo se marcha; dónde duerme, dónde come. Llega un momento que la facilidad hace que la rutina se apodere de él. En cambio, el viajero sabe más o menos a dónde va, pero desconoce los hoteles, los restaurantes, no sabe si llegará en autobús o en tren, ni tampoco a qué hora; puede encontrarse con incomodidades… Pero son precisamente esos riesgos y esa falta de información lo que hace que el viajero se implique mucho más en el viaje que el turista, lo que hace que su experiencia viajera sea más intensa. Concluyendo: leer al autor de Las leyes de la frontera es viajar y no hacer turismo.


Pero ahora debo volver al teatro Principal, porque las gafas de montura negra se han adueñado del cuerpo y de la vestimenta de Javier Cercas. El novelista ha dejado de responder las preguntas de Antón Castro y comienza a perorar su teoría del Punto ciego: Todas las novelas tienen un punto ciego…, afirma. Es ese aspecto de la trama que ni el autor ni el lector terminan de entender y que, sin embargo, constituye la esencia del argumento y el mensaje de la obra. El Punto ciego es sinónimo de búsqueda, de pregunta que el novelista se hace a sí mismo y trata de responder hasta el final de la narración sin obtener nunca la respuesta.

De pronto, las reflexiones de Cercas me recuerdan otras de Tolstoi que leí hace años en ABC y copié apresuradamente en un documento de Word. Según el ruso: Una verdadera obra de arte –la que transmite– solo es posible cuando el artista busca, intenta… El artista, para poder influir en los demás, debe buscar (…) Si ya lo ha encontrado todo, si lo sabe todo y adoctrina o se divierte deliberadamente, no ejerce ninguna influencia. Solo si busca, (…) el lector se unirá (…) a él en su búsqueda.

Y no quiero desvelar ningún dato más, baste decir que la Tere es, en mi opinión, el punto ciego de Las leyes de la frontera. Y quien quiera entender de qué estoy hablando, que lea ya, sin demora, Las leyes de la frontera y disfrute de la gran literatura.

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