miércoles, 22 de mayo de 2013

Un encuentro en el Día del Libro


(Sobre Polvo en el neón, de Carlos Castán. Una charla con el autor, el 23 de abril, en el stand de Tropo Editores)



Veintitrés de abril, Día del Libro. Son las seis de la tarde y hace calor en el paseo de la Independencia. Empujando la sillita de mi hija Marina, sorteando el gentío, llegó a un stand y comienzo a hojear una novela. Pero Marina, aburrida, trata de comerse un libro y el librero me lanza una mirada adusta. Así que me cambio al stand de al lado y trato de hojear otra novedad. Pero Marina le toca el culo a una señora y la señora me mira como si el caradura fuera yo. La nena posa sus manitas sobre la barra de la silla de paseo y contempla el mundo con una sonrisa, satisfecha de sus fechorías.

Por razones obvias decido dejar de hojear novelas y me detengo frente al stand de Tropo Editores –mi preferida entre las editoriales zaragozanas–, en cuyo catálogo figuran obras de Sara Mesa, de Sergio del Molino, de Cristina Grande… Precisamente tengo la suerte de encontrar allí a Carlos Castán firmando ejemplares de su última obra: Polvo en el neón, magníficamente editada por Tropo con fotos de Dominique Leyva. 

Le cuento a Carlos que tengo un ejemplar de Frío de vivir de los editados por Salamandra en 1997. A finales de los noventa Frío de vivir se convirtió en un libro de culto para los amantes del relato corto. Por aquel entonces, a quienes se apuntaban a talleres literarios solían recomendarles la lectura de los cuentos de Carlos Castán, junto a los de Eloy Tizón o los de Medardo Fraile.

Polvo en el neón se abre con una cita de Sam Shepard. La cita pertenece a Cronicas de motel, un libro mítico de mi adolescencia editado por Anagrama. Llegue a él a través de la también mítica road movie de Win Wenders, París, Texas, cuyo guión era del norteamericano. Al abril Polvo en el neón compruebo con placer que las imágenes reproducen la estética de Paris, Texas. Crónicas del motel también contenía algunas fotos, aunque en blanco y negro y mucho menos numerosas. Polvo en el neón es una suerte de “novela en imágenes”.

A continuación le pido a Carlos que me recomiende alguno de los cuentos de Frío de vivir y él se decide por el primero: El andén de nieve, un relato que leo a la mañana siguiente y cuyo final me resulta impactante. En la estación de trenes de Chamartín, el narrador anónimo del cuento conoce a un estrafalario borrachín apodado Macario el Ferroviario. Macario le cuenta una historia que ocurrió en su juventud, cuando viajaba a Madrid en tren para recoger allí a su familia e ir todos juntos a la playa. Por las ventanillas de su izquierda Macario ve, en efecto, la estación de Chamartín en pleno mes de julio. Ve a su esposa de los nervios, a sus hijos portándose fatal… Sin embargo, por las ventanillas de la derecha divisa un paisaje de bosques nevados, cordilleras, y en el andén una bella mujer esperándole. Tras dudarlo, el hombre decide bajarse en Chamartín y los bosques nevados y la bella mujer desaparecen como si fueran un sueño.

Quinn, el protagonista de Polvo en el neón, vive una escena muy similar a la descrita. pero en sentido inverso: tendido en el coche donde yace con su amante –la provocativa Jessica–, contempla el bloque de apartamentos donde vive Sally –su mujer–, quien se encontraría durmiendo (…) con el pijama verde de felpa (…), quizá con la lámpara encendida tras haber intentado esperarle despierta leyendo un libro. 

Concluyo que en el eterno conflicto entre la realidad y el deseo, Macario el Ferroviario se decanta por la realidad, mientras Quinn lo hace por el deseo. Polvo en el neón narra el viaje que emprende Quinn junto a Jessica –la joven con las uñas pintadas de rojo– desde Illinois hasta Arizona para aceptar la herencia de su tía Hanna, consistente en un viejo motel de carretera y una suma de dinero. Y es justamente esa herencia el principal deseo de Quinn, no tanto por el aspecto económico como por la posibilidad de una nueva vida.   

¿La consecución de los deseos lleva a la felicidad, o los deseos son meros espejismo de esa felicidad? Esa es la pregunta que parece gravitar a lo largo de toda la novela, y la respuesta gira en torno a la idea del viaje. Irse era para Quinn el pánico y al mismo tiempo el nombre de la felicidad, afirma el narrador en el primer capítulo, porque la huida de lo cotidiano es justamente lo que persigue Quinn.

Castán emplea la prosa pausada de las novelas, pero por la concisión  de determinadas frases recuerda a menudo el lenguaje preciso y lacónico de los cuentos. El autor, de pronto, nos sorprende condensando en una sola frase el mensaje de todo un capítulo, y hasta del conjunto de la novela.

Otro aspecto a destacar de esta novela es su relación con la cultura estadounidense. Ya he hablado de Sam Shepard, de Win Wenders, de las fotos de Dominique Leyva. Y cabría preguntar a Carlos Castán si con el nombre de Quinn ha querido homenajear al detective en Ciudad de cristal, de Paul Auster. En el panorama aragonés, esta utilización de referentes norteamericanos me recuerda a la que en su día hizo Soledad Puértolas en El bandido doblemente armado

No pretendo descubrir nada a nadie con todo este cúmulo de asociaciones. De hecho, la utilización de referentes metaliterarios o metacinematográficos es una constante en la literatura actual, en particular los que provienen de la cultura norteamericana. Lo importante es que el autor que utiliza esos referentes logre plasmar en ellos su mundo personal. Y en mi opinión, con esta novela Carlos Castán lo consigue de sobras. Al igual que El Andén de nieve, Polvo en el neón versa sobre la realidad y el deseo y logra ahondar en la naturaleza de ambos.

Terminamos hablando de Marta Sanz. Carlos es amigo de ella y me cuenta que acaba de publicarse su nueva novela, Daniela Astor y la caja negra. Pero yo decido hojearla otro día, no vaya a ser que Marina sustraiga un monedero y la víctima me impute a mí el hurto. Así que me despido del autor y me marcho a casa.

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