jueves, 23 de mayo de 2013

Madre Tierra

(Sobre Intemperie, de Jesús Carrasco, presentada por Jorge Sanz Baraja en la librería Cálamo el 24 de abril)


Jesús Carrasco tiene el cuerpo enjuto de un galgo. Su mostacho negro semeja el pelaje de una cabra y su tez, entre cetrina y ocre, recuerda los paisajes de la Meseta. Al observarlo de perfil advierto que su cabeza rasurada se parece demasiado a un cráneo, a una de esas calaveras que aparecen en las encrucijadas de los comics de Lucky Luke.

Jesús, tú novela me ha parecido un western… Jorge Sanz Barajas –presentador del evento– es un hombre curtido, no sólo por su piel atezada sino porque imparte clases de literatura a los adolescentes del colegio de los jesuitas. Jorge nos cuenta que leer Intemperie le llevó unas ocho sentadas, y en modo alguno porque no le resultara una lectura absorbente, sino más bien porque la intensidad de la prosa parecía pedir oxígeno.

Carrasco admite que, una vez escrita la novela, la sometió a un tratamiento "abrasivo", eliminando del manuscrito un montón de páginas para que quedara sólo lo esencial. Y yo coincido con ambos, Intemperie es como un chorizo o una morcilla de las que aparecen sus páginas: una novela seca, dura e intensa, que al igual que las chacinas aludidas, debe degustarse en pequeñas dosis para asegurar una digestión provechosa.

Hasta tal punto esto es cierto que, a quien escribe, disfrutar por completo la obra le ha llevado una relectura. Cuando me adentré por primera vez en las páginas de la novela fui víctima de una confusión. Había leído en prensa su escueto argumento: un niño que bajo la tutela de un cabrero huye de un alguacil que lo persigue por la estepa castellana, con el hambre, la sed y el agotamiento como compañeros de viaje. No sabía nada más y, al instante, imaginé una novela de persecuciones y tiroteos, a la española y en plan rural… Nada más lejos de la realidad.

A la mayoría de la gente le gusta que las novelas tengan una trama… Por eso yo he dotado a la mía de una –afirma Carrasco como si nada. Y con el dedo índice traza una gráfica en el aire. Según él, Intemperie se inicia con un largo valle. Más tarde hay un pico, al que sucede otro valle más corto, para concluir con una extensa cordillera o clímax al final.

Huelga decir que lo anterior no es lo habitual, y que cuando el ingenuo lector transita inerme a través de las páginas de la novela, se pregunta dónde están el planteamiento, el nudo, el desenlace… Lo convencional en las novelas es que el primero y el tercero sean breves y el segundo más extenso. Pues bien, Carrasco actúa justo a la inversa: un planteamiento y un desenlace inusualmente largos, un nudo inusualmente corto… A menudo se demora en describir acciones sin importancia aparente, o transmite en una sola frase la información más esencial.




Un personaje de Cormac Mc Carthy puede pasarse dos o tres páginas descendiendo del caballo –afirma el autor con admiración inconsciente–. Yo le acabo de sugerir que la novela me recuerda al Pascual Duarte de Cela y él me mira con disgusto. Sólo por pertenecer a la cultura española, quizá… Pero yo me identifico mucho más con el realismo sucio norteamericano y, en particular, con el Mc Carthy de Meridiano de sangre –me responde.

Tampoco puede afirmarse que Intemperie sea una novela de sentimientos. El niño y el cabrero distan mucho de la expresividad de los más célebres prófugos de la historia de la novela: Huck Finn y el negro Jim. Ellos apenas hablan, carecen casi por completo de sentido del humor… Se limitan a sobrevivir del modo más estoico posible.

Y llegado este punto, me cuestiono: si la trama es secundaria, si los sentimientos de los personajes también lo son, ¿de qué trata en realidad Intemperie?, ¿por qué nos perturba tanto al leerla? En palabras de Kafka, ¿qué logra sacudir esa mar helada que todos llevamos dentro?

Como ya intuía, y le transmití a Jesús Carrasco en Cálamo: Intemperie me ha parecido una novela telúrica, una novela sobre la Tierra. Esa tierra sin nombre, sin tiempo, que se enseñorea de las vidas de los hombres, de los animales y de las plantas, y que los determina por completo. Todo cuanto les acontece es consecuencia del trato que reciben de la Tierra: consecuencia de la sequedad, del sol, del vacío, del desierto infinito que deben recorrer. Hoy en día vivimos al abrigo de la Tierra: al abrigo del calor o del frío, al abrigo del hambre y de la sed, al abrigo de las largas distancias. ¿Qué ocurriría si todas estas seguridades se desmoronaran de repente? Esa es la pregunta con la que Intemperie abofetea la cara del lector.

Puede que el medio rural resulte anacrónico, y hasta arcaico para la civilización urbana, pero no se nos debe escapar que, al cabo, ese medio rural actúa como una metáfora de toda experiencia vital, ya sea campestre o urbanita.

En esta ocasión el autor parece satisfecho con mi comentario. Sonríe involuntariamente y afirma que la tierra puede ser muy cabrona, pero al final suele responder, suele dar a cada uno lo que merece. Siempre hay, siquiera, un hilillo de agua para el sediento. Termina desvelándonos que su próxima novela también tratará sobre la tierra, aunque vista de un modo distinto... quizá...

Y yo trato de buscar un sinónimo de intemperie para titular este artículo-ensayo-crítica-entrevista:: “al raso”, “al descubierto”, “a cielo descubierto…” Y al fin desisto, no puedo encontrar ninguno mejor, ni más telúrico que el propio título de la novela.

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